AL BORDE DEL PRECIPICIO

Siempre me he considerado una persona bastante diluviana. Con esto quiero decir que soy de los que cuando las cosas se tuercen, piensan que es necesario empezar de nuevo, y para ello, hay que arrasar todo aquello que nos rodea. Esto son formas de vida, creencias, manera de relacionarnos, valores...

Con la actual situación, parece que el modelo económico-capitalista-consumista está en crisis, pero algo más está podrido y como dicen, esto sólo es la punta del iceberg. Mirando a corto alcance, vemos sorprendidos las medidas que va aplicando el gobierno y que nos llegan a todos en forma de recortes de derechos, subidas de impuestos... Que realmente parece que no sirven para otra cosa que no sea agravar aún más la situación. Pero nuestra crisis, no es sólo nuestra y está marcada o quizá “remarcada” buscando ocultar algo mayor, como es una crisis mundial que realmente nos lleva a todos al borde del precipicio.

Pero ahí estamos, al borde de este acantilado, aferrándonos con indiferencia a este viejo modelo, algunos también como si esta crisis no fuese con nosotros. Van cayendo cada vez más piedras al fondo y nosotros resistimos y resistimos, negándonos a caer, quizá por miedo a lo que pueda venir, que como mucho, puede ser la muerte. Tal vez, lo que nos espera al otro lado, aquello tan desconocido, que tanto nos asusta, realmente no sea tan malo y al final, podamos levantarnos mirando nuevos horizontes y sacudiéndonos el polvo de una caída, que no haya resultado tan grande como pensábamos. Pero obviamente, mientras no caigamos, no podremos levantarnos y permaneceremos así, prolongando más y más esta situación de angustia que vivimos y que parece mostrarnos pocas salidas.

Como rezarían aquellos que promulgan el juicio final, o incluso el fin del mundo, esta situación les viene como anillo al dedo para decir: “venga a nosotros tu reino”.

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PELIGRO. EXPLOSIVOS

Una calurosa tarde de verano, van dos hombretones caminando por una de nuestras despobladas y calcinadas montañas, cada vez más frecuentes en nuestro país. De pronto, uno de ellos, agobiado por el calor, le dice a su compañero: “¡Oye!. ¡Tengo calor!”. A lo que el otro le responde: “Pues quítate la camiseta”. Sin dudarlo, se libra de esa prenda dejando al descubierto un pecho depilado y unos músculos esculpidos en el gimnasio. Asombrado, su compañero le dice: “Eres pura dinamita”. Prosiguen la marcha y aquel manifiesta que sigue teniendo calor,  a lo que el compañero nuevamente le responde: “Pues quítate los pantalones”. Sin prejuicio alguno, procede al igual que con la camiseta, mostrando unas piernas igualmente depiladas y perfectamente torneadas con horas de entrenamiento. Su amigo nuevamente vuelve a elogiar: “¡Eres pura dinamita!. Continúan su camino y el calor sigue agobiando, hasta el punto que nuevamente animado por el compañero, decide quitarse ya los calzoncillos. Ahora su acompañante vuelve a decir con gran sorpresa: “¡Eres pura dinamita, pero tienes muy poca mecha!”.

Quizá la situación que vivimos en nuestro país es más o menos la misma que la de esta historia. En los medios de comunicación y en las redes sociales se muestra el descontento de los ciudadanos por el estado del país. También en las conversaciones entre amigos se vive la incertidumbre de las medidas de la clase política y sus recortes. En las casas, igualmente existe ese mismo descontento. A menudo, los diálogos de la llamada “clase obrera" se tornan acalorados ante la reducción de dos derechos que tanto se han tardado en conseguir y tan poco en eliminar. Es decir, todo el país parece estar lleno de dinamita.

De vez en cuando, se producen manifestaciones que acaban pronto extinguiéndose como una cerilla ante el viento. Quizá sólo falta que esa llama necesaria para alcanzar la mecha, no se extinga y acabe por prender el fuego que detone los explosivos que hay por doquier. Ya veremos qué pasa en llegar septiembre.
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JUGANDO CON MIERDA Y ORÍN

Recientemente he recibido la propuesta escribir sobre el estado de algunos de los parques de nuestra ciudad, a los que supuestamente van los niños a jugar. Este amigo dice que fue con su sobrino al parque de la Zona Norte, y quizá por las fuerzas de la providencia, antes de que este niño se tirara por los tubos que hacen de tobogán, comprobó el estado de estos, percatándose espantado que estaban llenos de mierda. Según pudo hablar poco después con una vecina, igualmente indignada, esta comentaba como desde la ventana de su casa, veía como muchos adolescentes se dedican a mear en los toboganes y a hacer las mil y una guarradas más, sobre todo, los viernes por la noche.

Quizá habría que pensar en llamarles la atención a estos malpa... que sin duda aún responderían con insultos ante cualquiera que se atreviese a increparlos. Entonces se podría avisar a la policía, pero ¿hacen algo ante tonterías como estas?.

Sin duda, esta manera de divertirse o semejante muestra de civismo, es una cosa que no acabo de entender y añadiendo también los daños en el mobiliario urbano, las cagadas de los perros por los parques, las aceras o la vía verde... hace que tengamos esa ciudad cada vez más deteriorada, decadente e indignante. Quizá llega el momento de que los ciudadanos nos armemos de valor y digamos basta, pero sin duda, también cabe respuesta e implicación por parte de la administración, y no sólo redactando un documento que mencione todas estas cosas, sino con respuesta de la policía, quizá con sanciones que obliguen a restablecer los daños y molestias causadas. Está claro que a veces así necesitaríamos a un Guardia Civil detrás de cada uno, pero pobrecito del primero que atentara contra el orden público... Sin duda sería un ejemplo que haría que los siguientes malhechores se lo pensasen bien antes.

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EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

Hace ya unas cuantas décadas, la gente huyó del campo para ir a las ciudades, donde había muchas más oportunidades y quizá también en busca de una mejor calidad de vida. Atrás quedaban los pueblos desiertos y abandonadas así sus actividades agrícolas, que habían estado dando de comer a la humanidad desde hacía siglos: labrando los campos, plantando semillas, regando, haciendo la cosecha, paciendo los ganados, criando las gallinas...

En las ciudades había mucho trabajo, mayores recursos económicos, servicios y comodidades y mucha gente joven fue en busca de un futuro mejor, como los antiguos colonizadores que migraron a tierras y continentes lejanos, quizá persiguiendo algunos sueños de riqueza.

Ahora las cosas han cambiado. En las ciudades no hay trabajo y mucha gente no tiene para comer. Quizá habría que volver al campo, viviendo en pueblos y masías de manera autónoma, como antes, criando los animales y buscando los frutos de la tierra, que son los que nos alimentan, pero quizá el que no esté familiarizado con estas tareas, tampoco sabe hasta qué punto las semillas han sido ya manipuladas por grandes empresas y los intereses de la supremacía alimentaria.

Debemos comprar una vez tras otra las semillas para plantar y obtener sus frutos, porque esos nuevos frutos que producirán las semillas adquiridas, serán estériles y no podremos utilizar sus correspondientes semillas, debiendo recurrir una vez más a sus proveedores, creando una dependencia absoluta de ellos. Es cierto que podríamos pensar que con la agricultura ecológica estamos salvados, pero los proveedores de las semillas son siempre los mismos y es tal su poder, que incluso el tráfico de semillas está prohibido.

¿Qué sucedería si hubiese alguna guerra o catástrofe que acabase con nuestro sistema de vida, lleno de intereses, ciencia y tecnología?. Sencillamente nos acabaríamos muriendo de hambre o malnutrición, una vez agotadas esas únicas semillas que tenemos, que han sido manipuladas genéticamente para que sean estériles.

Algunos dicen que con la manipulación genética, el hombre busca ser Dios, pero no es cierto. Él no tiene ningún interés económico, a pesar de que una cosa es cierta: se deifica a los que tienen ese poder en sus manos, dándoles una soberanía injusta, creándonos su absoluta dependencia, pero con esa manipulación genética, realmente estamos jugándonos nuestro pan del futuro por el interés económico y productivo de una minoría avariciosa y sin escrúpulos.

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